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Diario YA


 

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El sueño vasco

Abel Hernández. 7 de mayo. A veces se cumplen los sueños, ocurre lo que parecía imposible, las aguas desbordadas vuelven a su cauce, la gente sonríe de nuevo. Eso ha sucedido en el País Vasco. Las víctimas, los que tenían que salir a la calle con escolta, esconder sus pensamientos, esconderse de las miradas hostiles, del aliento fétido de las herrikotabernas, enterrar a sus muertos entre pancartas de odio o de indiferencia, los que soñaban cada noche con ser libres, los despreciados, los ignorados, los extranjeros en su propia tierra, han alcanzado el poder porque el pueblo vasco, nada menos que el pueblo, lo ha querido. Por una vez los dos principales partidos de España han sido capaces de renunciar a sus diferencias y ponerse de acuerdo. Un tal López es el nuevo “lehenedakari”. La margen obrera del Nervión, la del mono y la chaqueta de pana, la margen roja y sindical ha llegado al poder como una marea incontenible, como una lluvia de primavera sobre los campos agostados.

El visionario Sabino Arana ha perdido con el tiempo facultades. Ha perdido el poder y la razón. Ahora acaba de perder la partida. Los “maketos” mandan en Ajuria Enea. Los Ibarretxe, los Eguíbar, los Arzallus, los Urkullu muerden el polvo de una derrota histórica. Ahora tienen tiempo para reflexionar. A lo mejor, con el tiempo, se convencen de que el nacionalismo étnico sólo conduce al desastre de los pueblos y al fracaso de su propia formación política. Que la ciudad se impone ya a la aldea.  Que basta con ser patriotas. El patriota ama a su tierra; el nacionalista étnico odia al que no es de los suyos, al que no es como él. Lo considera ciudadano de segunda. Con el nuevo Gobierno vasco -abierto, integrador, constitucional- se acabó el pernicioso aldeanismo. Las dos almas del PNV -la soberanista y la autonomista- están ya frente a frente. A ver cuál vence.

Es la hora de la grandeza del alma vasca, históricamente tan generosa. Es la hora de la reflexión para los que siguen en la cárcel por empuñar las armas contra las gentes del pueblo y para los que siguen aún fuera con las armas en la mano. Ni el nacionalismo étnico ni las pistolas son la solución, como se ha demostrado estos días. Los tiempos han cambiado para bien. No todo iban a ser malas noticias. Es la hora de que la Iglesia vasca, el sector separatista y obnubilado de la Iglesia vasca, reflexione también y salga de su peligroso ensimismamiento. Todos los vascos, los unos y los otros, son hijos de Dios. El papel de la Iglesia vasca, hoy más que nunca, es buscar la concordia, ayudar al entendimiento, estar al servicio de todos, pero especialmente de las víctimas del odio, de los humildes, de los despreciados, de los perseguidos. Y cumplir la penitencia por sus graves pecados pasados. Así, purificada, obtendrá el perdón de lo alto y del pueblo. Así se cumplirá otro gran  sueño.    

 

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